Ay, que vos

Vos viniste a mi casa
y zarpado bardo hiciste.
Yo te abrí la puerta
de mi casa y te re pasaste
de vibración y mambo
y te volví a escribir
porque me bardiaste
como bruja en llamas.
Yo te dije que dale,
que te abría la puerta
de mi casa cuando quieras.
Ay, que vos viniste,
me abrazaste porque viste
que yo vi que vos
vivís pasado de mambo,
como un chevy canchero:
puro motor, a puro rugido.
Pero si vos naciste así,
más revolucionado
que la era de acuario.
Te perseguiste, y claro
yo te venía siguiendo
casi todos los pasos.
En eso de verte tropezar,
de verte interrumpir,
de querer hablar,
de buscar pertenecer
fuiste armando una piecita
bien de okupa linyero
adentro mío.
Que bardías siempre
y me contás las cosas
que odiás al pedo,
porque vos sos tan amor,
tan rosado, tan fresco y
calentito como un poema
de minita de Bukowski.
Y sí lobo, te instalaste,
te preocupaste y te ocupaste.
Yo vi que adentro tuyo
también había espacio
y puse un par de muebles,
tiré un colchón y un par
de acordes de Babasónicos.
Ay, que casi que no.
Casi te mando a la mierda,
vos también venías midiendo,
pero ya no te podía lastimar.
Mirá esos ojos,
esos ojos que tenés.
No los puedo lastimar
si apenas los puedo mirar.
Vos habitás en recuerdos
que se distorsionan pero ríen.
Yo en vos, no se bien qué hago
pero mirame no más.
Quiero que esos ojos
no se mueran nunca.
Aunque tu boca
hable de muerte
y tus palabras
caminen por el borde,
vos hacés que la vida viva
y se descubra a sí misma
bardiando lo que ama,
amando lo que no tenemos
y transcurriendo en el absurdo.
Tus ojos y vos que sos.
Ay, la vida misma que sos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Desde el equilibrio al exilio

Empezamos con los ciclos semanales

Choke