Los cantoneses se comen cualquier cosa que tenga cuatro patas, excepto las sillas y las mesas
Una vez que la magia se dispersa y por fin podemos
volver a casa, entre el sueño que nos obliga a la desesperante necesidad de despedirnos de este mundo como medida para
poder sobrevivir un día más en el planeta tierra, este que nos tocó digerir, y
gracias la fatiga que la transición entre la noche y el día nos hizo vivir,
entre responsabilidades, aventuras y la magia de un grupo de caballeros que nos
escoltaron por el sendero de la desorientada pero muy estimulante acción de
vivir. Estamos de nuevo en el lugar donde todo empezó en el ojo del huracán que
arrastro casas y vacas por los horizontes de esta civilización, tal vez al final
de cuentas vos y yo no nos volvamos a ver y lo que paso no es más que la
emoción inicial de un sueño inconcluso, pero si pensamos que en esa mentira que
los idiotas quieren creer y llaman pensamiento positivo y encontraremos al
final de todo ese lavarropas semi automático de emociones que da vueltas y
vueltas, si pensamos que encontraremos las puertas al restaurante donde como
buenos viajeros , dispuestos a comernos todo lo que nos pongan adelante con tal
de no maltratar la cordialidad de nuestros invita-dores, beberemos y comernos
como si realmente nos gustara.
Como si realmente entendiéramos, que si por alguna
extraña razón terminamos en algún paraje indistinto de china no tendremos
problemas de masticarle la pata ese perrito sazonado con la salsa más autóctona
que nos puedan ofrecer (hablando de supuestos.)
Vos y yo ya estamos destinados a fracasar en la
china o en el fondo de mi casa, perdimos en todo caso por esos arreglos
fraudulentos que esa corrupta organización que nos odia se encargó de gestionar
Vos y yo tal vez nos encontremos en la china
comiendo un perrito en algún puesto de Pekín junto a sus 20 millones de
habitantes y pensando en aprender cantones porque los cantoneses se comen
cualquier cosa que tenga cuatro patas, excepto las sillas y las mesas, vos yo
estamos definitivamente destinados a no durar nada más que un perro en algún
puesto de china.
Bueno tal vez en china pero sin tener que comer “perro” en el almuerzo o
en cualquier comida, probablemente todo esto resulte como consecuencia de la cultura local o del
desvarió por el cual paso mientras vuelvo a casa tratando de no morir ahogado
por la botella de ron con ruedas en la que se transforma el colectivo un
domingo por la madrugada, una vez más por fin puedo volver a casa y dejar que el
mundo se cierre como se cierran mis ojos por vos, una emoción destinada a
fracasar.-
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